sábado, 23 de abril de 2016
Siempre nos dicen que la vida y el fútbol te dan revanchas. Ya depende de ti tomarlas o no. Ayer, Dante, con su grito, me dejó claro lo que puede lograr la constancia, el trabajo y las ganas de salir al campo y demostrar la calidad. Así, de un partido a otro, Dante cambió las maldiciones por gritos eufóricos y desmedidos de cada asistente al Olímpico.
Ayer, con Dante, entendí esa frase de Marcelo Bielsa; "traguen veneno, acepten la injusticia, que todo se equilibra al final". El paraguayo logró marcar luego de poco más de un año de no hacerlo, de tragar veneno, comentarios y linchamientos virtuales de aficionados viscerales.
A López lo recuerdo como el tipo fundamental en los últimos dos títulos de Pumas. Siempre criticado, siempre golpeado por la opinión pública al no ser un constante goleador con grandes números. No lo recuerdo como todos los adjetivos calificativos que le coloca su afición. Pocos son sus goles, pero alimentan el alma azul y oro por la importancia de cada uno.
Dante siempre se caracterizó por aparecer en momentos importantes. Quizá no apareció en tres partidos seguidos ante Puebla, Jaguares y Monarcas, pero anotó dos goles en la final contra Pachuca para darle el título a Pumas.
Quizá pasó momentos difíciles en el 2011, pero apareció para cerrar la pinza de una carrera frenética de Darío Verón, para vencer y eliminar a Chivas en la semifinal. En la final de vuelta, su inteligencia logró conseguir un penal a favor, vital para triunfar y dar la vuelta olímpica en CU.
Ayer, con su grito, entendí bastantes cosas. Con la euforia con la que se recriminó y sacudió las fallas, con la humildad del agradecimiento por el magistral pase a Fidel, me trasladó a un partido del 2011; quizá fue uno del Clausura 2009. Y me hizo entender que los hombres que han hecho mucho por la institución, casi siempre, al final, reciben su recompensa.
Ayer, por su raza, habló el espíritu de Dante López.
Ayer, por su raza, habló el espíritu de Dante López.
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